Nunca fui buena en las despedidas, aunque tampoco intenté serlo.
Es más, son lo que más odio del mundo. Ese momento incómodo, esos puntos que no sabes si son seguidos o finales. Esos últimos segundo de historias que pudieron contener mucha vida.
Es como el final de una caja de bombones. Sabes que va a llegar, pero no te importa, eres feliz y sigues comiendo. Y por mucho que lo disfrutes, por mucho que creas que lo has asimilado, llega así, de improvisto, y te das cuenta de que no estabas preparado, ni estaba tan asimilado.
Pero en parte tienen su lado lógico. Son necesarias, puesto que para que halla un principio tiene que haber un final. ara ver si ese punto es seguido o a parte, si realmente mereció la pena, si tan seguro estás de ello, primero ha de tener lugar ese punto. Así es cuando con un poco de tiempo sumado al destino ves realmente si algo valió la pena, si es seguido. Si realmente vale la pena, y no fue un adiós, y aunque tengas otra vez esa sensación, habrá otra, porque eso será siempre un punto seguido, o una coma, pero nunca un final. Y lo más importante, si la historia que escribas mantiene el mismo tono, puesto que lo más dificil es conseguir mantener el calor de esas líneas, que no haya cambios desde que dejaste de escribir la otra vez, como solo darle al pausa a una peli, y que nada cambie.
Una despedida siempre será una despedida y siempre será dura, pero no tiene por qué serlo tanto. Tú decides convertirlo en un "adiós", "hasta pronto", "hasta la vista" o "hasta nunca".
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